domingo, 15 de noviembre de 2009

BASTARDOS SIN GLORIA (RESEÑA)

Por: Raúl Altamar

A casi 20 años de su primera propuesta cinematográfica, Quentin Tarantino se ha convertido en un genio del cine para las generaciones post 1990 (como Kubrik o Scorcese lo fueron para anteriores), un hecho que le ha dado un mass appeal que se extiende más allá del particular gusto de los cinéfilos expertos. Por esa razón, con el cine lleno un miércoles a medio precio, una vez pasada la secuencia inicial del nuevo filme del irreverente director gringo, el chico a mi lado exclama: “¡Tarantino, papá!”, como si fuera un jugador de futbol brasileño que acaba de meter un gol en un campeonato internacional.

La pasada exclamación es repetida varias veces durante la película por mi inmamable vecino de butaca, coincidentemente cada vez que hay una balacera o un acto de violencia durante la cinta. Sí, Tarantino es reconocido por traer de nuevo al cine la ultraviolencia, y por hacerlo de una manera creativa y sofisticada; y sí, Inglorious Basterds tiene mucha violencia aplicada de una manera divertida y poco común. Pero las sutilezas que en mi opinión hacen grande a este director, y que bien lo demuestra en su última película, eluden por completo al idiota que mencioné, que al terminar la cinta le dijo a sus compañeros: “Man, esta película me ha dejado con ganas de disparar un gun! Vamos a jugar paintball el fin de semana, ahí…”.

Esperé con anticipación el estreno de esta película. La premisa de la historia –judíos que matan nazis para darles miedo durante la Segunda Guerra Mundial- ya de por sí fue suficiente para engancharme. En el pasado festival de Cannes, donde se estrenó Basterds, el filme fue detonado por los críticos y expertos, diciendo cosas como “Tarantino perdió su mojo” o “Los diálogos son tontos y las actuaciones acartonadas” o “Su creatividad va en descenso”, cosas que tomé a la ligera tratando de no dañar mis expectativas. Después de haber visto la película dos veces en el cine, algo que sólo hago cuando de verdad me gusta la vaina, me doy cuenta que mi opinión difiere de estos críticos que admiro y leo frecuentemente, razón por la cual hago esta breve reseña.

Tarantino es un auteur, una persona que escribe y dirige sus propias historias. Artistas como el, en sus primeras obras, establecen su estilo y voz propia, después juegan un poco con su potencial y lo que pueden hacer, y pasado un tiempo y algunas experimentaciones, llegan a un balance propio de la madurez profesional y personal. Creo que Basterds representa lo último para el director: es un esfuerzo meticuloso, bien pensado, el cual muestra todas las cualidades que uno espera de una película de Tarantino, pero con una sutileza que plasma su crecimiento. Por ejemplo, la película tiene los típicos sermones y puteos, largos, tendidos y articulados, previos a la muerte de alguien o a que algo grande pase; la principal diferencia es que ahora el director los muestra en otro idioma, hablado por actores que son naturales al mismo por su nacionalidad (alemanes hablando alemán, franceses hablando francés), un detalle que le da una sensación europea a toda la película, algo nuevo para el director gringo enamorado de la cultura de su país. Solo un porcentaje menor de la cinta está en inglés.

Están las heroínas rubias. A diferencia de Hitchcock, que también gustaba de poner fulas como protagonistas en sus películas, las rubias de Tarantino poseen un elemento de urbanidad contemporánea que las hace más creíbles contra las versiones más anticuadas (propias de la época) de su redondo colega inglés, captando un poco más la mentalidad femenina del siglo XXI. En Basterds, las dos rubias con papeles clave dentro de la trama son mostradas tanto con vulnerabilidad (la judía que vio a su familia ser asesinada; la actriz alemana que traicionó a su patria) como con fortaleza (ambas tienen planes para destruir a un enemigo mundial); el destino de ambas al final de la historia, y las consecuencias de sus actos, solo refuerzan este punto.

Otros elementos del “tarantinismo” resaltan de manera curiosa dentro del contexto histórico, aunque ficticio, de la obra: el uso de música de los sesentas y rock; la voz de Samuel L. Jackson (narrando partes del la trama sin decir motherfucker); el fetiche del director con los pies femeninos, deliciosamente manifestado en una escena tipo Cenicienta pero con violencia; el uso de tipografías y colores retro en los títulos y créditos.

Tarantino es un cinéfilo y posee un conocimiento casi académico de todo tipo de películas. En esta, entiendo que parte de su intención era evocar la comicidad teatral que mostraban los actores en todas esas películas de guerra que se hicieron en los 50’s y 60’s, donde los personajes eran exagerados para crear un efecto más dramático en una audiencia más conservadora. Por esta razón en Basterds los nazis son el típico nazi serio y frío, y hasta Hitler y Göebbels son caricaturizados dentro de las cualidades reales de sus figuras históricas. Igual pasa con los ingleses, con sus formalidades e intelectualismos. Así mismo sucede con los gringos, judíos del norte y un sureño con raíces indígenas, que representan en su hablar y manierismos el estereotipo de los americanos de esas regiones de Estados Unidos. Están exagerados a propósito, como un elemento cómico, no es que estén mal actuados. De paso menciono que aunque esta no es la mejor actuación de Brad Pitt, el tipo sigue siendo muy entretenido y demuestra su gusto por elegir papeles extraños y con detalles particulares; en este caso, las cicatrices en el cuello y el hábito cocainómano de su personaje. El show se lo roba el austriaco Christoph Waltz, que llena de carisma al personaje de Hans Landa, el “cazador de judíos”.

Dicho todo esto, solo me resta mencionar los dos elementos que me parecen más valiosos de este nuevo esfuerzo de Tarantino. Primero, el hecho de que al hacer una pieza creativa como una película puedes inventar lo que quieras, por más loco o inverosímil que parezca; si logras crear una idea original (algo cada vez más difícil según pasa el tiempo y aumenta la cantidad de propuestas), y la presentas de una manera en la que tu público se pueda identificar con ella a un nivel humano, entonces has dado en el blanco. Segundo, el noble concepto de que el arte es una herramienta tan poderosa que puede cambiar la historia. A lo largo de la cinta hay referencias a películas de la época, y el desenlace de la trama está vinculado a un cine y a una película en particular. Con estos puntos establecidos, Tarantino muestra su aprecio por el séptimo arte en yuxtaposición a los hechos históricos, y su mensaje final es que el cine es tan poderoso que puede ayudar a cambiar cualquier cosa, inclusive uno de los acontecimientos más horribles de la humanidad.

Creo que casi todas las películas de este director las ha hecho con el apoyo de los hermanos Weinstein, dos productores judíos de Hollywood conocidos por correr riesgos y creer en el talento de los directores. En la escena final de Inglorious Basterds, el personaje de Pitt le dice a uno de los judíos de su equipo, ambos mirando a la cámara, que cada vez va mejorando y que esta tal vez sea su obra maestra. Sin importar a lo que los personajes se referían en la historia, yo me imaginé a Tarantino diciéndole a Harvey Weinstein y a su público que este es, quizás, uno de sus mejores trabajos. Yo, en lo personal, concuerdo.